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miércoles, 17 de abril de 2013

HOMENAJE AL HEROE DE LA GUERRA DEL PACIFICO

DR. LADISLAO CABRERA VARGAS
Totora (Cochabama) 1830 - Sucre 1904
 En representación de la Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre” Saludo con emoción patriótica, lleno de gratitud al héroe de Calama, doctor Ladislao Cabrera, que hace 134 años, un 23 de marzo de 1879 libró sin armas y con un puñado de valientes el primer combate de reivindicación del territorio boliviano ¡combate de uno contra doce, sostenido por la desesperación y el patriotismo.
Nació  el 23 de mayo de 1830, en la población de Totora, ubicada en  el departamento de Cochabamba. Fue el primer hijo, de  diez hermanos del segundo matrimonio  de Mariano Cabrera con Manuela Vargas.
Su infancia y adolescencia transcurrieron en su pueblo natal  y  en la ciudad cochabambina. Posteriormente sus padres lo enviaron a Arequipa por haberse involucrado en el movimiento revolucionario de José María Velasco contra José Ballivian. En cuya ciudad radicó durante varios años, se caso con Petronila Vásquez
 Inició sus estudios de Derecho en 1849 en la Universidad de Arequipa, retornó a Bolivia en 1853  
Fue profesor de secundaria en Cochabamba en 1872, encabezó la causa federalista. Periodista, abogado, profesor y político, fue nombrado Prefecto de Cobija durante el gobierno de José María Achá, fue destituido de este cargo por el presidente Mariano Melgarejo y se fue  a residir a Calama.
Calama era una población situada en las últimas estribaciones de los Andes hacia el Océano Pacífico, ubicada entre las montañas y el desierto arenoso que se extiende hasta las orillas del mar. En aquellos tiempos Calama era un poblado rodeado de pequeños valles verdes bañados por las aguas del río Loa que atravesaba el poblado.
Los pobladores eran tranquilos y amantes de la paz, se dedicaban a la agricultura y a la minería en menor proporción.
De pronto, un día, esa paz fue interrumpida de forma violenta, con la apresurada llegada de varios compatriotas que venían de Antofagasta, trayendo la noticia de la invasión chilena.
Ladislao Cabrera, que era entonces la autoridad máxima de la provincia, se reunió con los principales representantes de la población. 

Eran 135 bravos defensores de la heredad nacional, armados con algunas escopetas, carabinas, rifles y lanzas, pero sobre todo dispuestos a entregar la vida por preservar la integridad nacional. Ladislao Cabrera al impulso de tanto valor aprovechó el momento para instar a sus compatriotas con un juramento solemne: “¿Juráis defender la integridad de la Patria con vuestra sangre y si es preciso hasta morir?” y a una sola voz los patriotas contestaron: “Sí, juramos”.
El Coronel Emilio Sotomayor, que se encontraba en Caracoles, en conocimiento de que Calama preparaba la defensa de la integridad boliviana, envío un emisario exigiendo la rendición de Cabrera y la entrega de la plaza, con ofrecimiento de garantías, pero al mismo tiempo con amenazas de exterminio en caso de rechazo.
Fue entonces que los chilenos conocieron el temple de Cabrera y de todos aquellos hombres que habían decidido morir por la patria. A partir de aquel momento Calama comenzaba a escalar en  la historia, para simbolizar a todo un pueblo.
“Decid  a vuestro jefe -contestó Cabrera al mensajero chileno- que un boliviano jamás se rinde.  Estamos resueltos a sacrificar nuestra propia vida por la patria. Pero rendirnos, jamás. Defenderemos la integridad de Bolivia hasta el último trance”.
Luego  que el puerto de Antofagasta fuese tomado el 14 de febrero de 1879, el mando chileno decidió  ocupar la población boliviana de Atacama, principal centro de abastecimiento, situación que es aprovechada por los ciudadanos civiles bolivianos para movilizarse y organizar la defensa.
Haciendo eco a la inquietud nacionalista de todo el Litoral, las diminutas guarniciones militares desplazadas de los puertos de Antofagasta, Mejillones, Cobija y Tocopilla, con sus jefes oficiales, algunos empleados públicos y personas particulares, se concentraron en Calama, obedeciendo el llamado del Dr. Ladislao Cabrera, quien considero que el honor nacional, exigía oponerse a la marcha  del invasor del Litoral Boliviano, por mucho que  el resultado del choque pudiese determinarse de antemano, en vista del potencial bélico de los chilenos, el aislamiento y debilidad de los defensores
.La actuación de Eduardo Avaroa en la defensa del Puente del Topáter, Según los boletines de la Guerra del Pacífico, una división de 500 hombres, llegan a las cinco de la mañana al mando del teniente coronel Eleuterio Ramírez. "Siguieron los dos caminos que dan a la quebrada de Calama, dirigiéndose al Loa, bajando de Limón Verde. La primera avanzada de Cazadores de Caballo, al mando del alférez Juan de Dios Quesada, busca el paso del río para cortar la retirada por el oriente. Recibe los primeros disparos lo que la hizo detenerse. La otra sección del sargento mayor Rafael Vargas, marchaba en dirección al vado de Carvajal". Los defensores bolivianos habían construido sus trincheras formadas por las murallas de una máquina de amalgamación que pertenecía a la casa de Artola, que quedaba a ciento veinticinco metros al frente del puente del Topáter. El teniente coronel Martínez recibió la orden de marchar por la izquierda, siguiendo las márgenes del río para tender un puente que franquease el paso de los Cazadores del Segundo de Línea y dar apoyo a los Cazadores de Caballo. La operación se ejecutó con prontitud por los treinta paisanos de Caracoles, zapadores improvisados por el coronel Martínez afirma Sotomayor. Pasaron tropas y una pieza de artillería de montaña, pero el combate se hizo sentir donde los Cazadores de Caballo, recibieron a quemarropa una descarga de fusilería de las trincheras bolivianas a corta distancia del vado a cuyo punto los condujo por engaño un prisionero boliviano que les servía de guía. En menos de un cuarto de hora, señala el boletín quedaron siete hombres muertos y cuatro heridos; obligados a descender de sus cabalgaduras por lo difícil del terreno. Al respecto el sargento Rafael Vargas del Regimiento Cazadores indicaba: "Ellos, como poseedores del terreno, por lo ventajoso de sus posiciones, llenas de montañas, matorrales y zanjas, han tenido facilidad para ocultar sus bajas, sólo hemos encontrado seis cadáveres completamente carbonizados, por estar dentro de trincheras cuya naturaleza nos obligó a incendiar pues estaban formadas de una muralla de adobes, reforzada por otra de pastos sesgado, una cerca viva y una zanja". Fueron tomados veinte prisioneros, veinte armas de fuego entre fusiles rifles y revólveres. Por ser de justicia damos la relación de los valientes bolivianos prisioneros luego del combate de Calama, conducidos en el vapor Tolten por E. Altamirano:
Coronel Benigno Eguino, Comandante Valentín del Castillo, Sargento Mayor Juan Patiño, Capitanes Francisco Zuñiga y José Díaz; Tenientes Nicanor B. Aramayo y Braulio Vera; paisanos Francisco Aramayo y Florencio Lara que actuaron como oficiales. Entre el personal de tropa se menciona: Luis Villegas, Pío Salazar, Francisco Rodríguez, Marco Arispe, Justo Cartagena, José Cruz, Eduardo Zuñiga, Zenón Machicado, Seferino Lano, Toribio Cari, Eugenio Pérez, Demetrio Martínez, Cirilo Flores, Carlos Orellana, Nolberto Corrales, Crispín Avan, Corsino Chaborca, Juan de Dios López, Juan B. Maldonado, Plácido Pineda, Eloy Pereyra, José Guerra y Santiago Astete. En la lista también figura un chileno, Víctor Alfaro
El encuentro ocurrió el 23 de marzo. Los detalles son poco conocidos. El contingente chileno estuvo constituido por 544 combatientes de infantería y caballería, con dos cañones de campaña y una ametralladora. Cabrera tuvo a  sus ordenes 135 bravos, armados con  44 rifles, 14 revólveres modernos, 30 fulminantes, 12 escopetas de caza. Al promediar las 11 de la mañana, después de tres horas de combate encarnizado, las filas bolivianas estaban diezmadas, la munición agotada ya todo era inútil. Los disparos aislados eran la señal de que el sacrificio se había consumado. Fue en ese momento que Cabrera, Zapata y algunos sobrevivientes emprendieron la retirada en dirección a Chiu-Chiu, Canchas Blancas y Potosí. Todos obedecieron el toque de corneta menos uno, 
Eduardo Abaroa  Hidalgo, entró a la refriega con 300 proyectiles. Continúo combatiendo desde su zanja. Al principio de la acción había cruzando el Rio Loa, pasando al campo enemigo con 10 compañeros que murieron. Siguió allí, solo  frente a toda una división del ejército enemigo, como un león enfurecido que defiende su querencia.

Fue ubicado. El Teniente Carlos  Souper y los soldados chilenos lo encontraron mal herido, pero todavía empuñando su Winchester con actitud desafiante, sucio de tierra, pólvora, sudor y sangre.
Le intimaron rendición, El contestó con una exclamación que retumbo como un rugido:
¡Que se rinda su abuela, carajo!”
 

No tenía más proyectiles, blandió la frase como una espada, con una palabrota final como el filo que hendía en la conciencia de Chile. Una descarga de fusilería terminó con la vida  de este insigne patriota
El Dr. Cabrera el 5 de abril; intervino en las batallas de San Francisco y otras en el sur del Perú.
De retorno a Bolivia, el Presidente Campero le nombró Secretario General de Estado. Fue Presidente interino de la República cuando Narciso Campero viajó al Perú. Fue designado Embajador y Ministro Plenipotenciario en los Estados Unidos.
En su honor fue fundada la Provincia de Ladislao Cabrera, en Oruro
En La Paz fue redactor de La Soberanía, El Artesano y El Telégrafo, y director de la imprenta y periódico El Siglo Industrial; en 1892 fundó El Pilcomayo, en Tarija. Fue explorador de las cachuelas del río Mamoré. En 1899 la revolución federal le designó Prefecto de Potosí; fue también Prefecto de Chuquisaca y Ministro de la Corte Suprema de Justicia.  Falleció en Sucre en 1904
A Don Ladislao Cabrera Vargas, se lo describe como un hombre alto, fornido, cabeza repleta de cabellos negros, frente estrecha, mirada fija, barba negra cortada al estilo prusiano, aire melancólico y trato amable. De carácter reservado y frío, voz delgada, locución difícil, estilo lacónico en la escritura.  Hombre de acción, de gran fuerza de voluntad y de espíritu práctico.
Han transcurrido ciento treinta y cuatro años de la pérdida de nuestro litoral, ciento treinta y cuatro años del Litoral cautivo, provoca en la conciencia de todo boliviano no una actitud fatalista de resignación, sino la que  corresponde  a los valerosos sostenedores de un ideal, un SI que nos mueve a desconocer ese enclaustramiento que no lo merecemos.
 La voz poética de Oscar Ceruto en uno de sus versos “Cantares”, expresa esa ausencia del mar:
 
 “Mi patria tiene montañas
No mar.
Olas de trigo y trigales
No mar.
Espuma azul los pinares,
No mar,
Cielo de esmalte fundido,
No mar
Y el coro ronco del viento
Sin mar”.
Para finalizar este homenaje al “Día del Mar”, a decir de Querejazu Calvo: “No es necesario seguir acumulando evidencias, para llegar a la única gran conclusión: Chile le debe un puerto a Bolivia
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martes, 16 de abril de 2013

UN TRÍO DE RIQUEZAS Y APETITOS POLÍTICOS ABONARON LA GUERRA DEL PACIFICO



 Dr. Antonio Dubravcic Luksic
 Vicepresidente Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre”

 El guano, los minerales y el salitre fueron las tres causas económicas de la guerra. La alianza de Bolivia y Perú, las ansias de poder de algunos militares bolivianos y los intereses británicos fueron los aspectos políticos que llevaron a Bolivia y a Chile a las armas.
 Los famosos 10 centavos de impuesto que Bolivia intentó cobrar a cada quintal de salitre explotado por una compañía británico-chilena detonaron la guerra del Pacífico. Esa historia, es cierta, pero estuvo precedida y rodeada de intereses políticos y económicos que involucraron al menos a media docena de países, entre ellos, por supuesto, a Bolivia y a Chile.
 La codicia chilena y británica por el guano, los minerales y el salitre son las tres razones económicas de la guerra. El temor mapocho por la alianza peruano-boliviana, las ansias de políticos y de algunos militares bolivianos por tomar el poder, son los motivos principales de la contienda.
 Chile, según el relato de Roberto Querejazu en Chile enemigo de Bolivia antes, durante y después de la guerra del Pacífico, fue el más pobre entre las colonias españolas. Y así nació a la vida republicana. Esa pequeñez se acentuó cuando Andrés de Santa Cruz, en 1836, dio vida a la Confederación Perú-boliviana, a la que Chile se ocupó de combatir hasta hacerla desaparecer en la batalla de Yungay. Esa victoria militar luego se convertiría en una guerra diplomática de Chile en contra de la unión de Perú y Bolivia, muchas veces intentada y nunca realizada.
 Mientras la política hacía y deshacía en el triángulo conformado entre Bolivia, Perú y Chile, tres especies de aves -guanay, piquero y pelícano- defecaban en la costa del Pacífico boliviano y peruano. Ese guano, un poderoso fertilizante, formaba verdaderos promontorios de hasta 30 metros de alto. Chile no tardó en poner los ojos en esa riqueza natural por la facilidad con que se convertía en dinero en el mercado externo. 
 En 1863, fuerzas navales chilenas tomaron posesión de Mejillones para consolidar la propiedad que señalaba su ley. Como consecuencia, el 5 de junio de 1863, el Congreso boliviano, reunido en Oruro, autorizó al Poder Ejecutivo a declarar la guerra a Chile si es que no se conseguía desalojar a los usurpadores por la vía de la negociación diplomática.
 El mismo Congreso aprobó dos disposiciones secretas, una para buscar un acuerdo con Perú, a cambio del guano de Mejillones; y otra para celebrar pactos con potencias amigas.
 Perú vaciló en su apoyo a Bolivia y Gran Bretaña, donde acudió Bolivia a conseguir un préstamo, dio mucho menos dinero del que el país esperaba. Lo único que quedaba era buscar un acuerdo pacífico con Chile.  
  Así estaban las cosas cuando España, dolida por la pérdida de sus colonias, declaró la guerra a Perú y a Chile. Para Chile, entonces, el apoyo de Bolivia hubiera sido crucial porque las fuerzas ibéricas se aprovisionaban en el puerto boliviano de Cobija, lo que dejaba en mala posición a Chile.
 Sin embargo, los cambios en la política interna boliviana hicieron virar la historia. Mariano Melgarejo -que se hizo del poder al derrocar a José María Achá- envió tropas en apoyo a Chile y derogó la ley declaratoria de guerra. Los españoles tuvieron que marcharse y Melgarejo, con una inmejorable oportunidad para definir, de una vez y por todas, los límites con Chile, no supo aprovechar la ocasión presentada. Recibió de Chile un título de general de su Ejército y una propuesta para declararle la guerra a Perú con la finalidad de arrebatarle Tarapacá, Tacna y Arica. Los dos últimos territorios quedarían para Bolivia.
  Agustín Morales, el sucesor de Melgarejo, intentó una negociación para recuperar lo perdido. No lo logró. Chile, por un lado negociaba y, por otro, ayudaba al general boliviano Quintín Quevedo, en su afán de derrocar a Morales. Con la ayuda chilena, desembarcó en Antofagasta para iniciar una revolución que lo llevaría al poder. No pudo avanzar y tuvo que refugiarse en un blindado chileno. Tras el incidente, se sucedieron cartas de protesta, de amenaza entre Chile y Bolivia.
 Morales, que había recibido apoyo de Perú para derrocar a Melgarejo, hizo una alianza de defensa con Perú, que esta vez sí aceptó la unión por el temor de que Bolivia se uniera a Chile en su contra.
 Si bien Perú y Bolivia firmaron un pacto, no hicieron nada para armarse. Incluso, el Congreso boliviano rechazó el pedido del Ejecutivo de adquirir dos buques blindados para la defensa de las costas. De hecho, la guerra de 1879 halló a Bolivia desprovista.
  Las riquezas de la discordia habían sido el guano y los minerales, pero llegó el salitre -otro fertilizante de alto poder- para completar el trío de las riquezas más codiciadas de la época. Una febril actividad de marca inglesa se instaló en el desierto en torno al salitre. La compañía británico-chilena de salitres y ferrocarril Antofagasta se convirtió en ama y señora de la región.
 Los intereses empresariales británicos se mezclaron con los intereses políticos chilenos. Tanto, que los intereses británicos empujaban a los chilenos a apropiarse de Antofagasta y de los territorios adyacentes. Esa explosiva combinación de política criolla y empresa europea desembocaron en la Guerra del Pacífico en el año 1879.
 Era mayo de 1877, cuando todavía las bolivianas Antofagasta, Cobija, Mejillones y Tocopilla fueron abatidas por un terremoto. Casi un año después y luego de comprobar la magnitud del desastre -en febrero de 1878-, el Congreso boliviano aprobó una ley por la que se establecía que la compañía de salitre debería pagar 10 centavos por cada quintal explotado, dinero que sería destinado a la recuperación de la zona afectada por el sismo.
  Otro incidente, también relacionado con los impuestos, tensionó aún más las relaciones. La Junta Municipal de Antofagasta determinó que los propietarios de inmuebles -entre los que se encontraba la salitrera – deberían pagar un impuesto por el alumbrado público. El gerente de la empresa, Jorge Hicks, se negó a hacerlo alegando la violación del tratado de límites. La Junta Municipal dispuso su apresamiento. Hicks, en principio, se había refugiado en el consulado chileno, pero finalmente terminó honrando la deuda. Sin embargo, el resentimiento lo indujo a pedir ayuda militar chilena, la que llegó pronta y reforzada con tres buques blindados a Antofagasta.
El 14 de febrero de 1879, los habitantes de Antofagasta vieron en el horizonte el humo del blindado de Cochrane y la corbeta O´Higgins que se sumaban al blindado Blanco Encalada que partió días antes.
Bolivia carecía de efectivos, por lo que tras el desembarco de las tropas chilenas, aproximadamente 200 soldados, tomaron la plaza en un paseo, los chilenos obligaron a los funcionarios bolivianos y los pocos guardias armados a abandonar la ciudad. De los 6.000 habitantes de Antofagasta, 5.000 eran chilenos y solo 600 bolivianos, el resto de diversas nacionalidades, según relata el historiador Carlos Mesa.
La invasión  inició unilateralmente el conflicto bélico. Al no existir líneas telegráficas en el territorio boliviano, la noticia llegó al país por la vía de Tacna.  El cónsul boliviano Manuel Garnier escribió una carta al presidente Hilarión Daza y la envió con el chasqui Gregorio Colque (Goyo) que hizo el máximo esfuerzo y cubrió la distancia a La Paz en cinco días. El 25 le entregó la misiva a Hilarión Daza. El 26 el Gobierno hizo una proclama a la nación, comunicando la agresión y estableciendo los aprestos para la defensa.
El ataque llegó en un pésimo momento para Bolivia, una sequía en 1878, origino desabastecimiento en los mercados, hambruna, peste y gran mortalidad. Bolivia, fue privada de una salida soberana al Pacífico.
Han transcurrido ciento treinta y cuatro años  de la pérdida de  nuestro litoral, ciento treinta y cuatro años del Litoral cautivo, provoca en la conciencia de todo boliviano no una actitud fatalista de resignación sino la que corresponde a los valerosos sostenedores de un ideal, un Si que nos mueve a desconocer ese enclaustramiento  que no lo merecemos. La voz poética de Oscar Cerrudo en uno de sus versos “Cantares”, expresa esa  ausencia del mar:
“Mi patria tiene montañas
no mar.
Olas de trigo y trigales.
no mar.
Espuma azul los pinares,
no mar.
Cielo de esmalte fundido,
no mar.
Y el coro ronco del viento
sin mar”

Jorge Siles Salinas en su último libro editado: “Sí, el mar”, manifiesta que no se puede leer sin estremecimiento ese “no mar”. El poema de Cerruto, cargado de simbolismos, ese “Sin mar” del último verso, constituye un rechazo, como un “sin más” inapelable, esa expresión negativa con que termina bruscamente el poema , constituye un muro que interrumpe bruscamente la secuencia del verso.