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jueves, 4 de noviembre de 2010

Irena Sendler o Sendlerowa



«El Ángel del Gueto de Varsovia»,”Madre de los niños del Holocausto”
Antonio Dubravcic Luksic
Presidente del Centro Cultural Boliviano- Israelí y de la Asociación de Ex becarios en Israel “SHALOM”
Sucre Bolivia

Mientras la figura de Oscar Schindler era aclamada por medio mundo gracias
a Steven Spielberg que se inspiró en él para hacer la película que conseguiría
siete Oscar en 1993 narrando la vida de este industrial alemán que evitó la muerte
de 1.000 judíos en los campos de concentración,
Irena Sendler seguía siendo una heroína desconocida fuera de Polonia y apenas reconocida en su país por algunos historiadores, ya que los años de oscurantismo comunista habían borrado su hazaña de los libros de historia oficiales. Además ella nunca contó a nadie nada de su vida durante aquellos años.
Sin embargo, en 1999 su historia empezó a conocerse y fue, curiosamente gracias
a un grupo de alumnos de un instituto de Kansas y a su trabajo de final de curso
sobre los héroes del Holocausto. En su investigación dieron con muy pocas
referencias sobre Irena, sólo había un dato sorprendente: había salvado la vida de 2.500 niños
Cómo es posible que apenas hubiese información sobre una persona así?
Pero la gran sorpresa llegó cuando tras buscar el lugar de la tumba de Irena,
descubrieron que no existía porque ella aún vivía, Irena Sendler falleció en el mes de mayo del 2008 a los 98 años dejando a Polonia huérfana de una de sus más grandes heroínas de la Segunda Guerra Mundial, cuando arriesgó su vida en la Varsovia ocupada para salvar de la muerte a 2.500 niños judíos ante las narices de los soldados nazis.
Cuando Alemania invadió el país en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia el cual manejaba los comedores comunitarios de la ciudad.
En 1942 los nazis crearon un ghetto en Varsovia e Irena horrorizada por las condiciones en que se vivía allí se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos.
Consiguió identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas.
Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controlaran el recinto Pronto se puso en contacto con familias a las que les ofreció llevar a sus hijos fuera del Gueto.
Pero no les podía dar garantías de éxito.
Era un momento horroroso, debía convencer a los padres de que le entregaran sus hijos y ellos le preguntaban: "¿Puedes prometerme que mi niño vivirá?"……
¿Qué se podía prometer cuándo ni siquiera se sabía si lograrían salir del gueto?
Lo único cierto era que los niños morirían si permanecían en él.
Las madres y las abuelas no querían desprenderse de sus hijos y nietos. Irena las entendía perfectamente, en aquel entonces, ella era madre, y de todo el proceso que ella llevaba a cabo con los niños, el más duro era el momento de la separación.

Irena Sendler ponía niños escondidos en el fondo de su caja de herramientas y los llevaba en un saco de arpillera en la parte de atrás de su camioneta, Asimismo, transportaba un perro al que capacitó para ladrar a los soldados nazis cuando salía y entraba del Ghetto
Elaboró cientos de documentos falsos con firmas falsificadas dándoles identidades temporarias a los niños judíos.
Irena vivía los tiempos de la guerra pensando en los tiempos de la paz. Por eso no le alcanzaba con mantener con vida a esos niños. Quería que un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias personales, sus familias.
Entonces ideó un archivo en el que registraba los nombres de los niños y sus nuevas identidades.
Apuntaba los datos en pedazos pequeños de papel y los enterraba dentro de botes de conserva bajo un manzano en el jardín de su vecino.
Allí aguardó sin que nadie lo sospechase el pasado de 2.500 niños… hasta que los nazis se marcharon.
Un día, los nazis supieron de sus actividades.
El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada.
En un colchón de paja de su celda, encontró una estampa ajada de Jesucristo. La conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979, se la obsequió a Juan Pablo II.

Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos; soportó la tortura y se rehusó a traicionar a sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos.
Le rompieron los pies y las piernas además de innumerables torturas. Pero nadie pudo romper su voluntad. Así que fue sentenciada a muerte.
Una sentencia que nunca se cumplió porque camino del lugar de la ejecución, el soldado que la llevaba la dejó escapar. La resistencia le había sobornado porque no querían que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños.
Oficialmente figuraba en las listas de los ejecutados, así que a partir de entonces, Irena continuó trabajando pero con una identidad falsa.
Al finalizar la guerra, ella misma desenterró los frascos y utilizó las notas para encontrar a los 2.500 niños que colocó con familias adoptivas.
Los reunió con sus parientes diseminados por todo Europa, pero la mayoría había perdido a sus familiares en los campos de concentración nazis.

Los niños sólo la conocían por su nombre clave: Jolanta.
Pero años más tarde cuando su historia salió en un periódico acompañada de fotos suyas de la época, varias personas empezaron a llamarla para decirla: “Recuerdo tu cara….soy uno de esos niños, te debo mi vida, mi futuro y quisiera verte….”
Irena tiene en su habitación cientos de fotos con algunos de aquellos
Su padre un médico, que falleció de tifus cuando ella era todavía pequeña, le inculcó lo siguiente:
“Ayuda siempre al que se está ahogando,
sin tomar en cuenta su religión o nacionalidad.
Ayudar cada día a alguien tiene que ser una necesidad
que salga del corazón”
“No se plantan semillas de comida.
Se plantan semillas de bondades.
Traten de hacer un círculo de bondades, éstas las rodearán y las harán crecer más y más”.

lunes, 5 de julio de 2010

LA PARÁBOLA HINDÚ DEL ELEFANTE



"LOS HOMBRES CIEGOS Y EL ELEFANTE"

(Adaptación de John G. Saxe)
Había una vez seis hombres del Indostán lejano muy inclinados a estudiar, quienes fueron a observar al elefante, (y eso que todos eran ciegos), para así su inquietud satisfacer. Al acercarse el primero al elefante tropezó y se dio contra su costado, ancho y duro. Pronto empezó a gritar: "Dios me salve, el elefante es como un muro!" El segundo, palpando el colmillo, exclamo: "Ah! ¿qué tenemos aquí, tan redondo, puntiagudo y liso? Para mí, este animal maravilloso, no se distingue de la punta de una lanza!".
El tercero se aproximó a la fiera y casualmente agarró la trompa serpenteante. Sin mucho pensarlo declaró: "Ya veo que el elefante es como una culebra".
El cuarto alargó su ansiosa mano y tocó la rodilla. "Está claro", dijo a lo más esta extraña bestia se asemeja; el tallo de un árbol parece el elefante".
El quinto, quien por suerte manoseo una oreja, afirmó: "Hasta el más ciego puede encontrar el parecido. ¿Cómo negar que el prodigioso elefante tiene forma de abanico?"
Y así estos hombres del Indostán lejano, acaloradamente, largo y tendido discutieron. Cada uno aferrado a su opinión excediéndose en apasionada obstinación. ¡Cada quien a medias en lo cierto pero todos a la vez en el error!.