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martes, 16 de abril de 2013

UN TRÍO DE RIQUEZAS Y APETITOS POLÍTICOS ABONARON LA GUERRA DEL PACIFICO



 Dr. Antonio Dubravcic Luksic
 Vicepresidente Sociedad Geográfica y de Historia “Sucre”

 El guano, los minerales y el salitre fueron las tres causas económicas de la guerra. La alianza de Bolivia y Perú, las ansias de poder de algunos militares bolivianos y los intereses británicos fueron los aspectos políticos que llevaron a Bolivia y a Chile a las armas.
 Los famosos 10 centavos de impuesto que Bolivia intentó cobrar a cada quintal de salitre explotado por una compañía británico-chilena detonaron la guerra del Pacífico. Esa historia, es cierta, pero estuvo precedida y rodeada de intereses políticos y económicos que involucraron al menos a media docena de países, entre ellos, por supuesto, a Bolivia y a Chile.
 La codicia chilena y británica por el guano, los minerales y el salitre son las tres razones económicas de la guerra. El temor mapocho por la alianza peruano-boliviana, las ansias de políticos y de algunos militares bolivianos por tomar el poder, son los motivos principales de la contienda.
 Chile, según el relato de Roberto Querejazu en Chile enemigo de Bolivia antes, durante y después de la guerra del Pacífico, fue el más pobre entre las colonias españolas. Y así nació a la vida republicana. Esa pequeñez se acentuó cuando Andrés de Santa Cruz, en 1836, dio vida a la Confederación Perú-boliviana, a la que Chile se ocupó de combatir hasta hacerla desaparecer en la batalla de Yungay. Esa victoria militar luego se convertiría en una guerra diplomática de Chile en contra de la unión de Perú y Bolivia, muchas veces intentada y nunca realizada.
 Mientras la política hacía y deshacía en el triángulo conformado entre Bolivia, Perú y Chile, tres especies de aves -guanay, piquero y pelícano- defecaban en la costa del Pacífico boliviano y peruano. Ese guano, un poderoso fertilizante, formaba verdaderos promontorios de hasta 30 metros de alto. Chile no tardó en poner los ojos en esa riqueza natural por la facilidad con que se convertía en dinero en el mercado externo. 
 En 1863, fuerzas navales chilenas tomaron posesión de Mejillones para consolidar la propiedad que señalaba su ley. Como consecuencia, el 5 de junio de 1863, el Congreso boliviano, reunido en Oruro, autorizó al Poder Ejecutivo a declarar la guerra a Chile si es que no se conseguía desalojar a los usurpadores por la vía de la negociación diplomática.
 El mismo Congreso aprobó dos disposiciones secretas, una para buscar un acuerdo con Perú, a cambio del guano de Mejillones; y otra para celebrar pactos con potencias amigas.
 Perú vaciló en su apoyo a Bolivia y Gran Bretaña, donde acudió Bolivia a conseguir un préstamo, dio mucho menos dinero del que el país esperaba. Lo único que quedaba era buscar un acuerdo pacífico con Chile.  
  Así estaban las cosas cuando España, dolida por la pérdida de sus colonias, declaró la guerra a Perú y a Chile. Para Chile, entonces, el apoyo de Bolivia hubiera sido crucial porque las fuerzas ibéricas se aprovisionaban en el puerto boliviano de Cobija, lo que dejaba en mala posición a Chile.
 Sin embargo, los cambios en la política interna boliviana hicieron virar la historia. Mariano Melgarejo -que se hizo del poder al derrocar a José María Achá- envió tropas en apoyo a Chile y derogó la ley declaratoria de guerra. Los españoles tuvieron que marcharse y Melgarejo, con una inmejorable oportunidad para definir, de una vez y por todas, los límites con Chile, no supo aprovechar la ocasión presentada. Recibió de Chile un título de general de su Ejército y una propuesta para declararle la guerra a Perú con la finalidad de arrebatarle Tarapacá, Tacna y Arica. Los dos últimos territorios quedarían para Bolivia.
  Agustín Morales, el sucesor de Melgarejo, intentó una negociación para recuperar lo perdido. No lo logró. Chile, por un lado negociaba y, por otro, ayudaba al general boliviano Quintín Quevedo, en su afán de derrocar a Morales. Con la ayuda chilena, desembarcó en Antofagasta para iniciar una revolución que lo llevaría al poder. No pudo avanzar y tuvo que refugiarse en un blindado chileno. Tras el incidente, se sucedieron cartas de protesta, de amenaza entre Chile y Bolivia.
 Morales, que había recibido apoyo de Perú para derrocar a Melgarejo, hizo una alianza de defensa con Perú, que esta vez sí aceptó la unión por el temor de que Bolivia se uniera a Chile en su contra.
 Si bien Perú y Bolivia firmaron un pacto, no hicieron nada para armarse. Incluso, el Congreso boliviano rechazó el pedido del Ejecutivo de adquirir dos buques blindados para la defensa de las costas. De hecho, la guerra de 1879 halló a Bolivia desprovista.
  Las riquezas de la discordia habían sido el guano y los minerales, pero llegó el salitre -otro fertilizante de alto poder- para completar el trío de las riquezas más codiciadas de la época. Una febril actividad de marca inglesa se instaló en el desierto en torno al salitre. La compañía británico-chilena de salitres y ferrocarril Antofagasta se convirtió en ama y señora de la región.
 Los intereses empresariales británicos se mezclaron con los intereses políticos chilenos. Tanto, que los intereses británicos empujaban a los chilenos a apropiarse de Antofagasta y de los territorios adyacentes. Esa explosiva combinación de política criolla y empresa europea desembocaron en la Guerra del Pacífico en el año 1879.
 Era mayo de 1877, cuando todavía las bolivianas Antofagasta, Cobija, Mejillones y Tocopilla fueron abatidas por un terremoto. Casi un año después y luego de comprobar la magnitud del desastre -en febrero de 1878-, el Congreso boliviano aprobó una ley por la que se establecía que la compañía de salitre debería pagar 10 centavos por cada quintal explotado, dinero que sería destinado a la recuperación de la zona afectada por el sismo.
  Otro incidente, también relacionado con los impuestos, tensionó aún más las relaciones. La Junta Municipal de Antofagasta determinó que los propietarios de inmuebles -entre los que se encontraba la salitrera – deberían pagar un impuesto por el alumbrado público. El gerente de la empresa, Jorge Hicks, se negó a hacerlo alegando la violación del tratado de límites. La Junta Municipal dispuso su apresamiento. Hicks, en principio, se había refugiado en el consulado chileno, pero finalmente terminó honrando la deuda. Sin embargo, el resentimiento lo indujo a pedir ayuda militar chilena, la que llegó pronta y reforzada con tres buques blindados a Antofagasta.
El 14 de febrero de 1879, los habitantes de Antofagasta vieron en el horizonte el humo del blindado de Cochrane y la corbeta O´Higgins que se sumaban al blindado Blanco Encalada que partió días antes.
Bolivia carecía de efectivos, por lo que tras el desembarco de las tropas chilenas, aproximadamente 200 soldados, tomaron la plaza en un paseo, los chilenos obligaron a los funcionarios bolivianos y los pocos guardias armados a abandonar la ciudad. De los 6.000 habitantes de Antofagasta, 5.000 eran chilenos y solo 600 bolivianos, el resto de diversas nacionalidades, según relata el historiador Carlos Mesa.
La invasión  inició unilateralmente el conflicto bélico. Al no existir líneas telegráficas en el territorio boliviano, la noticia llegó al país por la vía de Tacna.  El cónsul boliviano Manuel Garnier escribió una carta al presidente Hilarión Daza y la envió con el chasqui Gregorio Colque (Goyo) que hizo el máximo esfuerzo y cubrió la distancia a La Paz en cinco días. El 25 le entregó la misiva a Hilarión Daza. El 26 el Gobierno hizo una proclama a la nación, comunicando la agresión y estableciendo los aprestos para la defensa.
El ataque llegó en un pésimo momento para Bolivia, una sequía en 1878, origino desabastecimiento en los mercados, hambruna, peste y gran mortalidad. Bolivia, fue privada de una salida soberana al Pacífico.
Han transcurrido ciento treinta y cuatro años  de la pérdida de  nuestro litoral, ciento treinta y cuatro años del Litoral cautivo, provoca en la conciencia de todo boliviano no una actitud fatalista de resignación sino la que corresponde a los valerosos sostenedores de un ideal, un Si que nos mueve a desconocer ese enclaustramiento  que no lo merecemos. La voz poética de Oscar Cerrudo en uno de sus versos “Cantares”, expresa esa  ausencia del mar:
“Mi patria tiene montañas
no mar.
Olas de trigo y trigales.
no mar.
Espuma azul los pinares,
no mar.
Cielo de esmalte fundido,
no mar.
Y el coro ronco del viento
sin mar”

Jorge Siles Salinas en su último libro editado: “Sí, el mar”, manifiesta que no se puede leer sin estremecimiento ese “no mar”. El poema de Cerruto, cargado de simbolismos, ese “Sin mar” del último verso, constituye un rechazo, como un “sin más” inapelable, esa expresión negativa con que termina bruscamente el poema , constituye un muro que interrumpe bruscamente la secuencia del verso.

 

1 comentario:

Gui773rmo dijo...

Porqué Bolivia abandonó la guerra y dejó solo al Perú luchando contra chile?.